martes, 13 de noviembre de 2012

DESCUBRIENDO EL "NUNCA JAMÁS CON MICHAEL JACKSON"

Por: ♥Anaitat♥

Fue al mismo tiempo una leyenda de la música y un legendario juguete roto. Ahora que se ha ido, quizá podamos por fin responder a la pregunta:

¿QUIÉN ERA MICHAEL JACKSON?

Es cierto, por un tiempo fue el rey del pop –un término que aparentemente acuñó su amiga Elizabeth Taylor- y es probablemente el último que tendremos. Antes que Michael Jackson vinieron Frank Sinatra, Elvis Presley y los Beatles: después de él no viene absolutamente nadie, por muy brillante o popular que sea, que tenga la capacidad de hacerse querer por vastos segmentos de una cada vez más fragmentada audiencia. Ni Kurt Cobain, ni Puffy, ni Mariah Carey, ni Céline Dion, ni Beyoncé, ni Radiohead. Ni siquiera Madonna, su mayor competidora.

Cuando saltó la noticia de su muerte, el tráfico en Twitter causó el colapso del sitio, incluso cuando hacía años que no sacaba una sola canción. Pero desde el principio y aún después de que mirase por encima del hombro a todo el mundo del entretenimiento en la década de los 80 –Thriller, de 1982, sigue siendo el disco más vendido de todos los tiempos–, Jackson fue el Príncipe del Artificio. Siendo el líder prepubescente de los Jackson 5, cantaba con una voz de querubín con voz de mezzosoprano que ni él sentía como realmente suya. Siendo joven, a pesar de lo consumado y apasionado de su canto, nunca tuvo la credibilidad sexual de un James Brown o un Wilson Pickett. En parte, por su voz de tono alto y en parte porque ni él parecía creerse a sí mismo. Siendo ya adulto, conscientemente tomó el papel de Peter Pan, con su rancho de Neverland, la tierra de Nunca Jamás, su parque de atracciones, sus amigos, los niños perdidos y la apariencia física intemporal y andrógina que le proporcionaba su pelo liso y la cirugía plástica. A nadie –menos aún al propio Jackson–le habría gustado ver el retrato de Dorian Gray en su desván. Lo dio todo para construir una realidad alternativa encima de lo que había sido inicialmente una vida miserable. ¿Cuál fue 3 de su creación más imaginativa: su música o su persona? Haciendo una retrospectiva, mucho de lo que Jackson logró parece estrictamente simbólico. Fue el chico negro de Gary (Estado de Indiana) que terminó casándose con la hija de Elvis, levantando Neverland en lugar de Graceland y comprando el catálogo musical de los Beatles –en un audaz acto de maestría, cuando no una agresión descarada–. Por supuesto que Elvis y los Beatles también salieron de la oscuridad, pero eso fue hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana.

DEJAR HUELLA

Hizo marcas registradas cada uno de los emblemas de su buscada lejanía: su moonwalk y su guante enjoyado –noli me tangere-. Se metamorfoseó implacablemente desde el más adorable de los niños artistas (su éxito de 1972 fue la banda sonora de Ben, una canción de amor para una rata) a la más siniestra de las superestrellas: no sólo adaptando un rol extravagante, como sus contemporáneos más viejos Alice Cooper u Ozzy Osbourne, sino también en la vida real, eludiendo acusaciones de acoso infantil, una de las cuales le condujo a un juicio y a una absolución en 2005 (que se echó atrás cuando se concluyó al mismo tiempo que no era un pedófilo, sino simplemente un caso de desarrollo atrofiado). O con el episodio de 2002 en el cual brevemente asomó a su hijo Prince Michael II (también conocido como Blanket) en un balcón de Berlín, por encima de horrorizados y fascinados fans, que pareció un ritual en el que ofrecía a su hijo menor.

Y, finalmente, sus diversas cirugías faciales, la enfermedad de su piel, su severa pérdida de peso, y Dios sabe qué más, que le hicieron parecer, al mismo tiempo, una momia y un vampiro –o el hermano gemelo zombi de Peter Pan-. Como los esqueléticos y pálidos zombies con los que bailaba en el videoclip de Thriller, dirigido por John Landis. De hecho, hoy parece un plató entero lleno de Michael Jacksons y el auténtico parece el menos familiar, el más irreal de todos.

Pero más allá de los traumas personales, Jackson ha trascendido por situar su particular danza de la muerte en la parte central del horror show racial americano. Fue la quintaesencia de uno de esos “puros productos de América”, que, como escribió William Carlos Williams en 1923, “acabó volviéndose loco”. Ateniéndonos a la ensalzadora visión póstuma del reverendo Al Sharpton, fue un icono interracial, una persona negra a quien los americanos blancos guardaron en sus corazones y cuya negritud se convirtió en un hecho secundario –como la de Nat King Cole, Sammy Davis Junior, Sidney Poitier, Harry Belafonte, Sam Cooke, Jimi Hendrix, Arthur Ashe, Michael Jordan, Oprah Winfrey, Tiger Woods e, inevitablemente, Barack Obama. Como cantante-bailarín claramente no sólo pertenecía a la tradición de Jackie Wilson, James Brown y los Temptations –quienes parecían estar entre sus inspiraciones inmediatas–, sino también a la de artistas como Fred Astaire y Gene Kelly, quienes, al mismo tiempo, se inspiraban en bailarines negros como Bill (Bojangles) Robinson. En El mago (la versión de 1978 de El mago de Oz), Jackson incluso se apropió y reinventó el papel de Espantapájaros interpretado en el clásico por Ray Bolger.

Y como mesiánica superestrella global encarnaba como ningún otro a su propio suegro, Elvis Presley (que murió mucho antes de que Jackson contrajera matrimonio con su hija), otra figura interracial del otro lado de la línea de color. Cuando las primeras grabaciones de Presley sonaron en las radios de Memphis, los pinchadiscos señalaban con énfasis que se graduó en un instituto sólo para blancos, no fuera que le equivocaran con un negro. Dada la ubicuidad televisiva, nadie pudo equivocar la peculiar voz de Michael Jackson con la de un blanco, pero eso parecía no ser importante.

NEUTRALIZAR SU IDENTIDAD
Sin embargo, Jackson seguramente sabía que parte de su propio atractivo para la audiencia blanca –que contribuyó sustancialmente a los más de 50 millones de dólares que se estima que ganó en sus primeros años- residía inicialmente en su tierna precocidad y, cuando creció, en su aparente carencia de una sexualidad adulta. Era enérgico, carismático, sumamente dotado, pero sexualmente inseguro, al contrario que los arrogantes artistas -heterosexuales- negros, desde Big Joe Turner a Jay Z.

Él también se neutralizó de una manera racial: su pelo dejó de ser rizado para quedarse tieso, sus labios perdieron volumen, así como su nariz ancha, que se afiló. Y su piel, que era oscura, palideció como la cera. No se puede perder la conexión entre estas formas de neutralización conociendo la historia del atávico terror de la América blanca a la sexualidad de los hombres negros; el asesinato, en 1955, del adolescente Emmett Till por haber flirteado, supuestamente, con una mujer blanca es un lugar común y ocurrió sólo tres años antes de que Jackson naciera. Cuando tenía 13 años, cantaba Ben.

No es de extrañar –con un grado cualquiera de cálculo– que Jackson eligiera rehacerse a sí mismo como un sueño americano inocente y querido. No es de extrañar, tampoco, que el artificio finalmente diese miedo, y que la cara del icono pareciese cada vez más la de un cadáver. Los lectores de la última novela de la escritora Toni Morrison, Una bendición, puede que recuerden el pasaje en el cual una mujer africana habla sobre la primera vez que vieron a los esclavizadores blancos: “Vimos a unos hombres que parecían estar enfermos o muertos. Pronto nos dimos cuenta de que no era nada de eso. Su piel era confusa”.

Podría decirse que Michael Jackson mostraba su plenitud como negro en la cubierta original de Off the wall, de 1979, y que para Thriller el proceso de transformación ya había comenzado. Off the wall fue su declaración de madurez: salió el año que él cumplió 21 y fue su más elevado momento musical. ¿Por qué, entonces, se sentía tan profundamente incómodo consigo mismo? La desesperada tarea de esculpirse y blanquearse en un simulacro de hombre blanco sugiere una profunda aversión a la negritud. Si Michael Jackson no puede ser denunciado como un traidor a la raza, ¿quién podría serlo? Por alguna razón, sin embargo, la América negra lo pasó por alto y continuó comprando sus discos, quizá porque muchos afroamericanos, con sus alisadores de pelo y sus abrillantadores para la piel entendieron por qué Jackson estaba rehaciéndose a sí mismo, incluso si ellos no podían aprobarlo.

EL ARTISTA DE LA VANGUARDIA

Como ocurre con Ernest Hemingway –otro caso de profunda confusión de identidad y andrógina sexualidad-, necesitamos ignorar la deliberada creación de una imagen y una persona para apreciar al artista. En 1988 la crítica teatral del New York Times Anna Kisselgolf le calificó de “virtuoso que se mueve por amor al arte. Si, Michael Jackson es un bailarín de vanguardia y sus bailes podrían calificarse de abstractos. Como Merce Cunningham, nos muestra que el movimiento tiene valor por sí solo”. Es más, el propio Astaire una vez llamó a Jackson para felicitarle.

Como cantante, Jackson era demasiado camaleón –desde la ternura de I’ll be there a la crudeza de The way you make me feel, pasando por la pena sedosa de She’s out of my life- como para marcar cada canción con su distinguida personalidad, como hacían Sinatra, Ray Charles o Hank Williams. Pero es que ellos eran semidioses, y Jackson era simplemente un gigante. Como músico conceptualizador probablemente sólo James Brown tenga una influencia comparable: Jackson y su visionario productor, Quincy Jones, fusionaron disco, soul y pop de un modo que aún puede ser escuchado cada hora de cada día en cada emisora de radio musical. Tommy Mottola, antiguo director de Sony Music, llamó a Jackson “la piedra angular de toda la industria musical”. Las mejores grabaciones de Jackson y Jones –Don’t stop til you get enough, Billie Jean– pertenecen inequívocamente a su tiempo, como las canciones de Sinatra con su arreglista Nelson Riddle a los años 50. Es el caso de I’ve got the world on a string o In the wee small hours of morning: son tan perfectas que nunca pasarán de moda.

EL REGRESO

La noche antes de morir estaba ensayando en el Staples Center de Los Ángeles para un retorno épico: una gira de 50 conciertos, empezando en julio en Londres. Si eso suena increíblemente grandioso, hay que considerar que todos esos conciertos habían vendido todas las entradas. La gente a su alrededor se preguntaba si él estaba realmente preparado. Tenía 50 años después de todo, demasiado viejo para un puera eternus –ocho años más viejo que Elvis cuando salió del edificio y un cuarto de siglo más desde que alcanzara la cima–. Jackson había tenido problemas de salud durante años. Y problemas de drogas, y de dinero. Y, por supuesto, sólo problemas: su existencia, como hijo, como negro, fue problemática.

En sus últimos días, la perspectiva de un retorno, de mitificarse otra vez, ¿le excitaba tanto como a sus fans? Los mágicos momentos de incandescente intensidad, ¿compensaban las agobiantes horas? Da igual cómo se sintiera por dentro, de cara al exterior estaba llevando a cabo el trabajo de un genio. Nunca hemos visto a nadie como él y no le olvidaremos hasta que el gran Nunca Jamás acabe tragándonos a todos nosotros.

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