martes, 8 de diciembre de 2015

MI AMIGO MICHAEL: "UN MUNDO EXTRAORDINARIO" (Continuación)

Por: ♥Anaitat♥

Por fin damos inicio al CAPÍTULO Nº 4: UN MUNDO EXTRAORDINARIO...disfrútenlo, voy a ir considerando la posibilidad de dejar más extractos en la semana a pedido de muchos, pero mientras, continuemos con el libro.
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Y así fue que mi  hermano y yo nos fuimos con Michael Jackson. Mis padres se reunieron con nosotros en varias ocasiones y en distintas ciudades del itinerario, pero nosotros siempre nos quedamos mientras duró. Viajábamos mucho…llegamos a Gstaad, donde Elizabeth Taylor, amiga de Michael le había ofrecido un chalet. Gstaad era un pueblo muy bonito situado en las montañas. Veíamos a las vacas caminar por las calles entre los paisanos, moviendo la cabeza pesada y agitando los cencerros.
La primera noche que pasamos en el Chalet pedimos crema de pollo al hotel, llamado Palace, que quedaba en la misma calle. Nos pareció idóneo para descansar el rigor de la gira. Era un pueblo tan pequeño y tan apartado del mundo, que al menos al principio, Michael podía caminar libremente por las calles sin disfraces de ningún tipo y sin que nadie lo asediara. Eso para él era un placer que pocas veces experimentaba. El primer día fuimos juntos a todas las tiendas pintorescas que había, admirando y comentado todo lo que Gstaad nos ofrecía. En algún momento decidí comenzar a coleccionar navajas y mecheros artesanales. Supongo que había oído hablar de las navajas suizas, pero no sé por qué creí necesitar más de una.
Lo cierto es que, una vez tomada la decisión, nos consagramos a ella los tres durante nuestra estancia buscando (y Michael compró para mi colección) prácticamente todas las navajas que había en el pueblo. En cuanto a los mecheros, lo que me gustaba era usarlos para quemar trozos de papel. Cuando nos fuimos de Suiza Bill Bray me pidió que le entregara todos los mecheros. No quería llevarlos en el avión por razones de seguridad y me dijo que él me los guardaría. A decir verdad, jamás los volví a ver.
Por desgracia Bill Bray murió hace muchos años. El paradero de aquellos mecheros es un misterio que se llevó a la tumbra.
Una anécdota es que cuando volvíamos al Chalet, nos sentábamos y escuchábamos embelesados la música que Michael seleccionaba a modo de disc jockey, mientras decía:
- Tienen que escuchar esta canción. Y ahora presten atención a este nuevo grupo.
Oíamos cosas de Stevie Wonder y de todas las estrellas de Motown. Nos puso la canción de James Brown: “Papa don’t take no mess”, que duraba catorce minutos.


Oíamos “How deep is your love?” de los Bee Gees. Michael no dejaba de halagar a Aaron Copland, a quien consideraba el mejor compositor del Siglo XX. Me hacía escuchar toda clase de música: country, folk, clásica, funk, rock. Hasta me hacía escuchar a Barbra Streisand.
Michael hablaba mucho del carácter universal de la música. Su objetivo era escribir música que cualquier ciudadano de cualquier país pudiera cantar.
(…)
En otra anécdota una vez se nos apareció un hombre en un lateral del jardín. En la casa no había nadie más que nosotros y aquella aparición inesperada no era, decididamente, ninguno de nuestros deseos.
En cuestión de un segundo Michael se levantó de un salto y comenzó a gritar para que el hombre se asustara y se fuera. Le tiró un guante (Si el tipo hubiera tenido dos dedos de frente, habría echado a correr con el guante y lo habría guardado para sus nietos).
- ¡No, no, no pasa nada! Dijo el hombre agitando los brazos.
Resultó ser un obrero inofensivo que había ido a arreglar algo de la casa, pero en aquel momento vimos que, más allá de su apego a los infantilismos de todo tipo y al ensimismamiento que le producían, Michael se consideraba antes que nada responsable de nosotros. Era nuestro protector y en ese papel no le temía a nada ni a nadie.
Al día siguiente ya había corrido la voz sobre el huésped famoso que se alojaba en el chalet de Elizabeth Taylor y llegaron algunos admiradores.
Esa misma noche se reunieron a las puertas del chalet y comenzaron a cantar algunas de las canciones de Michael.
Nos asomamos a la ventana y estuvimos un rato charlando con ellos. Esto no era excepcional: allá donde fuéramos, Michael hablaba siempre con sus fans. Quería saber de dónde eran, qué les gustaba hacer, los quería mucho y aunque fueran auténticas multitudes, nunca dejó de verlos y respetarlos como individuos a todos y cada uno de ellos.
La masa de admiradores que lo perseguía donde quiera que fuese podía ser un incordio para cualquiera que valorara su soledad tanto como Michael, pero él siempre les agradecía su presencia. Era tan receptivo a la gente como a las experiencias, y esto también fue una lección que aprendí de él.
Continuará...
Primeras partes: (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12)

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